No es una biografía, no es un
ensayo, no es una novela. En cada entrevista que concede, el autor no cesa en
el empeño de intentar definir su libro a base de negaciones. Es una de las formas,
lícitas, de perfilar un hecho editorial que está teniendo una buena acogida entre
el público y en los medios. Hablo de Manuel Lozano Leyva, uno de los
divulgadores científicos más acreditados de nuestro país. Su obra es reconocida
y su nombre, bien relacionado con prensa y radio, convierte en actualidad
cuanto toca. Este año ha concentrado su atención en la figura del ilustre
inventor Mónico Sánchez Moreno -D. Mónico para sus paisanos piedrabueneros- al
que intenta acercarse en las 169 páginas del libro que con el título de El gran Mónico ha editado Debate.
En un momento de crisis fiscal,
financiera y empresarial como el que vivimos, el trabajo de Lozano Leyva ha
encontrado su acomodo como manual bienintencionado de autoayuda para jóvenes
aspirantes a científicos. Es un texto donde la figura del personaje sirve de
excusa para avisar, a los que ahora llegan a la investigación, tanto de las
posibilidades como de los riesgos de su futura actividad. Así se publicita. No
está mal tramada la razón del asunto, porque en Mónico Sánchez, el ingeniero
hecho a sí mismo, existe el hombre de ingenio que viajó a Nueva York para
tutearse con la crema de aquellos que, a principios del siglo XX, levantaron en
Norteamérica la burbuja de los avances en electricidad, tanto como existe el empresario ingenuo atrapado entre el
amor a la tierra y el error de creer que el aislamiento no disminuiría el valor
de lo logrado. El clásico tema del coraje que nos hace fuertes y de la
nostalgia que nos debilita. Con esos mimbres teje Manuel Lozano su moraleja. A
la que añade, está en su estilo, cierta contextualización histórica y económica,
consideraciones morales y políticas, constantes y gratuitas suposiciones, alabanzas
familiares y algún que otro material de relleno. Tal vez por esto, porque el
autor es consciente de todo lo anterior, es por lo que no se atreve a
considerar su obra ni como biografía, ni como ensayo, ni como novela.
Planitud divulgadora
Es muy de agradecer que este
pequeño libro llamado El gran Mónico
haya puesto en el centro de la atención y del debate nacional la odisea del
piedrabuenero. Diarios de prestigio como El Correo y El País preparan amplios
reportajes sobre él. Estos tiempos españoles de hoy en día andan necesitados
tanto de ejemplaridad como de estímulos.
Pero, como paisano que soy del personaje y conocedor con anterioridad de lo que
Lozano Leyva maneja, noto que falta alguna que otra aportación novedosa; algo
que indicase el interés del autor por el personaje más allá de servirle de objeto
y pretexto, y que añadiera a la intención divulgadora un peldaño en el
conocimiento de los hechos. El apasionamiento que constantemente proclama con
la labor del inventor quedaría mejor demostrado.
El asunto es que Lozano Leyva ha
construido, correctamente, la figura de Mónico Sánchez a través de Internet y
de los datos que el profesor Juan Pablo Rozas ha tenido a bien publicar y/o
facilitarle. Lo dice con toda sinceridad. Dice que no ha tenido tiempo ni
decisión de investigar la figura y la obra de la persona sobre la que levanta
su tinta. Efectivamente, todos los datos mostrados son conocidos e incluso las
redes guardan muchísimos más. Muchos otros que, si hubiera tenido una pizca de
intención escrutadora, pudieran haberle servido en tiempo y forma. Pero está en
su derecho a plantear la obra en límites y modos, faltaría más. Lo único que quiero
decir con esto que la figura y la obra del inventor de Piedrabuena, bien publicitada
por el libro que comentamos, espera todavía el estudio, la valoración y la
publicación que merecen. Algo que todos esperamos del profesor Juan Pablo
Rozas, a quien Lozano remite, que le está dedicando tiempo, sabiduría y cariño.
Algo que sobra
Y si hay algo que falta también
hay algo que sobra. Y no es sino el intento de Lozano Leyva de agrandar la figura
de Mónico Sánchez menospreciando el lugar de donde procedía. Una fácil tentación
en la que toscamente ha caído. Piedrabuena, lugar que seguramente el autor no
conoce, es tildado de “pueblo de mala muerte” tanto para enmarcar el nacimiento
de Mónico en 1880, como para remarcar su fallecimiento. Dice textualmente el
final del libro: …podrían ser muchas más
las lecciones que se podrían formular a la vista de los avatares del gran
Mónico Sánchez Moreno y su magnífico Laboratorio Eléctrico. Dejo que las
extraigan ustedes, pero piensen que tras la muerte del primero y la
desaparición del segundo, lo único incontrovertible es que Piedrabuena volvió a
ser un pueblo de mala muerte”. Palabras que, por inútiles y falsas, sobran.
Y sobran por ser sin duda producto de la ignorancia, algo que cualquier buen
divulgador debe evitar. No pontificar sobre lo que se desconoce parece el abc
de la curiosidad intelectual. Y sobran porque, sin añadir nada, pueden hacer
creer al lector medio que el resto del libro goza del mismo tono y credibilidad,
y entonces aventuren que merece ser tachado con el mismo e injusto
calificativo.
En fin, demos las gracias a El gran Mónico por existir, por su
capacidad para ser tomado en cuenta por los medios, y por difundir su figura a
niveles casi de coloquio. Pero hay que advertir que la labor de Mónico Sánchez
hace años que está reconocida por científico avisados y salvada por el Museo Nacional
de Ciencia y Tecnología, el cual inauguró su sede de La Coruña con una muestra espléndida
de sus tubos de vacío. Labor que vive también en la memoria de su pueblo,
Piedrabuena, que rotula con su nombre una de sus calles (desde 1914), y titula
con el mismo al Instituto de Secundaria, que levanta en una de sus plazas el
bronce de su busto, que le tiene presente en sus actos y conferencias, que en
1995 le dedicó un homenaje recordatorio, y que ha conseguido que todos los
terrenos del viejo Laboratorio hayan dado buen fruto, el de estar dedicados al
servicio público: educativo, sanitario y cultural.
En este 2013, al cumplirse el
centenario de la iniciación del edificio del Laboratorio, Piedrabuena lo
recordará con una mesa redonda, un dossier al efecto y la colocación de una
placa en los restos de murallas que aún subsisten. Tal vez sean actos modestos,
pero manifiestan el respeto y la admiración que un buen pueblo, “de buena
vida”, tiene por un buen hombre que tanto hizo por él.
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