El Castillo de Miraflores respira
Tiene Piedrabuena dos castillos.
Uno, el llamado de Mortara, levantado en piedra negra, en basalto, ha quedado
aprisionado por el caserío. En su interior se levanta desde 1901 la Plaza de
Toros. Desde que pasó a propiedad municipal en 1988 ha recibido numerosos
cuidados, que, aunque bien intencionados, han borrado innumerables rastros de su
originalidad al tiempo que han consolidado su fábrica. El otro castillo, el de
Miraflores, situada a casi media legua del pueblo, es fortaleza sobre rocas,
aguerrida y dorada. Vigilante del valle. Y siempre en diálogo con el abandono.
Las primeras noticias sobre él se
remontan a finales del XII. A principios del XV ya se le tacha de castillo
viejo y no habitado. No se conoce su origen ni el origen de su nombre, pues
solamente a finales del XVI, y en el documento de Venta de la Villa a Alonso de
Mesa, es donde aparece por vez primera tildado como Miraflores. La primera
descripción de las 205 varas de su perímetro quebrado es la del alcarreño
Francisco Layna, tras visitarlo a mediados de los años 30 del siglo pasado. El
estudio más generoso y completo de él corresponde a Amador Ruibal, está publicado
en la red, y a él aconsejo acudir. En sus alrededores se han encontrado restos
de cerámica de los siglos IX y X, pero
sus lienzos de cuarcita y su tabiya (argamasa de arena, cal y canto) hablan de
la dedicación almohade en el tránsito de los siglos XII y XIII. Luego, los
calatravos, poco dados a enclaves guerreros y alejados, dejaron su huella en la
portada, aunque parece que nunca lo habitaron con asiduidad. Pacificada la
zona, los comendadores establecieron su residencia en el castillo de abajo, en
el negro, el cercano al agua y a los huertos.
Abandono hasta el día
Posiblemente en el sigo XIV
comenzase la ruina, ahora interrumpida, de Miraflores. Una devastación lenta y continuada.
Ni en la época del señorío se le hizo caso y menos cuando a mediados del XIX
pasó a manos privadas, en las que estuvo hasta hace escasamente una década.
Cuentan que su último propietario realizó, a su modo e intramuros, excavaciones
sin control, en las que no hallaron, cuentan, nada del valor material que
esperaban, pero sí innumerables restos de cerámica y armas que guardaron en
apilados sacos. Con su incorporación al patrimonio municipal, el espacio
amurallado encontró su esperanza de alivio. El alcalde, José Luis Cabezas,
inició las gestiones con éxito: logró que se destinase por parte del Ministerio
de Fomento el importe de 100.000 euros a su restauración. Tal cantidad proviene
del obligado 1% cultural anexo a las obras que se hicieron para el
acondicionamiento de la N-420. El efectivo fue aceptado por la Junta de
Comunidades obligándose a la aportación de otra cantidad similar. Todo esto se
hizo público en 4 de noviembre de 2010. Aquella cercana-lejana gestión ha
tenido su fruto este año. Ha sido Javier Morales, director general de Cultura,
quien ha sabido añadir su sensibilidad y su decisión a la de aquel entonces. Así
es como ha sido posible hacer real el primer cuidado en siglos que recibe
Miraflores. Adjudicado el concurso al proyecto presentado por el arquitecto Javier Navarro, parece que a la baja, la obra se está
realizando en estas jornadas de sol alto.
Las obras
En los primeros días de julio nos
fue permitida la visita al interior de Miraflores en compañía de la máxima
autoridad municipal y del poeta Nicolás del Hierro. Hemos podido comprobar cómo
se ha ido a lo esencial del problema, a detectar y atender las debilidades más
evidentes: descarnamiento de murallas, erosión de los materiales de agarre y
aviso de derrumbes. También a la necesidad de protecciones para los visitantes.
Gran parte del trabajo se encontraba realizado en el momento de nuestra visita.
Y podemos decir que con el respeto adecuado a las señales de originalidad que
subsisten. Sin inventos. Quiero destacar la reparación del muro que cierra
hacia levante la Gran Cámara, y al cual la erosión había dejado suspenso en un
débil punto de apoyo. También el recalzamiento de la base en los ángulos de la
torre, cuyos vacíos en la mampostería tramaban con descaro el hundimiento. La
reconstrucción de los arcos de las puertas, el relleno de lienzos de murallas,
etc… Quedaba por hacer, según nos informaron, la consolidación de la bóveda del
aljibe y sobre todo la del aparejo del rastrillo, en la entrada, donde se
colocará puerta. También la reposición de los sillarejos basálticos exteriores
que en algún momento fueron arrancados. Un dinero de Ministerio y Junta bien
aprovechado.
Otras generaciones
Que en épocas de crisis existan
hombres e instituciones capaces de colaborar con franqueza y honestidad para
sacar adelante obras como esta, es algo que debemos alabar. Podemos señalar que
el color rubio de Miraflores ha recibido, al fin, los cuidados que precisaba
para, sencillamente, detener un deterioro que crecía a pasos de gigante ante la
mirada indiferente de tantos. Y que podría hacerlo irreconocible en el futuro.
Nuevas generaciones tendrán la posibilidad de disfrutarlo con la dignidad que
merecen tanto el castillo como el pueblo que lo contempla. Sin sentirnos
avergonzados por un estado de descuido que clamaba. Tenemos la obligación de
conservar el patrimonio que nos ha sido dado, tanto como el deber moral de hacer
posible que las próximas generaciones puedan sentirlo suyo. El Castillo de Miraflores
respira. Y muchos con él.
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