miércoles, 12 de febrero de 2014

La rosa que plantaste: Un homenaje a Nicolás del Hierro

(Publicado en Lanza el 7 de febrero 2014)

Por Manuel Cortijo Rodríguez

   En un conocido restaurante de la zona madrileña de Retiro, el pasado día 2 de febrero, con objeto de festejar el ochenta cumpleaños del poeta de Piedrabuena, Nicolás del Hierro, un significado grupo de amigos poetas madrileños, se reunieron en una merienda íntima, de pura amistad, en torno del poeta y su esposa, Ana Cano, para homenajearle por dicho motivo.
El acto, que alcanzó elevados niveles de emotividad, fue conducido por el también poeta y piedrabuenero, Francisco Caro, impulsor referencial de este evento afectivo, presidido por la admiración hacia el poeta y su obra. En primer término, habló Caro en representación de todos, dando lectura del texto introductorio que abre el Cuaderno Literario “Este es el sitio para sembrar la rosa”, editado para la ocasión con ilustraciones de Fernando Fiestas; en él figuran un total de 24 poemas de otras tantas voces poéticas amigas de Nicolás, además del poema de su autoría “Si lloviera…”, que cierra esta fraternal y hermosa entrega. Extraemos gustosamente el último párrafo del prefacio aludido: “Nicolás, este es el preciso momento, este el lugar donde nos hemos reunido para gritar en alto la belleza de la rosa que plantaste, donde hacerte saber que tu palabra, tu poesía, encontró entre nosotros la tierra fértil. Contigo la flor lograda”.  
   
Dueño de una poética sentimental, continuador comprometido, con voz propia,  de la poesía social surgida en España entre los años 1950 y 1960 e intimista por naturaleza, Nicolás del Hierro es uno de los poetas que más frutos ha dado en las tres últimas décadas a la poesía española. Voz testimonial, directa, que da cuerpo al poeta y al poema. Desde la publicación de Profecías de la guerra (1962) hasta Premonición de la esperanza (2013), último título editado en México, que reúne tres de sus poemarios hasta entonces inéditos, ha pasado más de medio siglo de arraigada labor y proclividad dedicadas a la acción poética. Este manchego reconocible en ese “aire de familia”, en esa cercanía de su mirada a los orígenes, a las gentes sencillas de su lugar, a las calles terrosas de su infancia, se ha mantenido siempre así, Sencillamente hablando… y del mismo modo seguirá diciendo el poeta excelente, el hombre bueno que es Nicolás del Hierro, diciéndonos el sol, la lluvia, el hombre habitual, el amor, la verdad de lo humano, el abrazo en lo que aún está por decir. 

Francisco Caro, convertido en conductor del acto, fue presentando uno a uno o dos a dos, a los vates que irían interviniendo: Pedro Antonio González Moreno, Ana Garrido, Carmina Casala, Francisco Jiménez Carretero, Celia Bautista, Cristóbal López de la Manzanara, Maxi Rey, Manuel Cortijo Rodríguez, Davina Pazos, Juan José Alcolea, Manuel López Azorín, Óscar Martín Centeno, Fernando Fiestas, José Luis Morales, David Morello, Jesús Riosalido, Rafael Soler, Tano García-Page, Antolín Amador y Aurora Auñón.  Asimismo, se sumó a la proyección afectiva la actriz y cantante ciudadrealeña Carmen Bermejo, quien interpretó magistralmente la canción francesa «Les feuilles mortes». Ana Bella López Biedma, cantautora y poeta, acompañada de guitarra española, dio vida a la popular canción “Corazón de poeta”. Incluso el poeta David Morello, después de leer su poema, se atrevió a dejar en el aire, adjetivado de virtudes verbales,  unos palos del flamenco brindados al honrado. También obsequió al poeta homenajeado con su presencia la poeta y periodista conquense Elvira Daudet, otra voz poética señaladamente nuestra. 

Cerró el acto Nicolás del Hierro, quien, en un tono emocionado, recitó su emblemático “Si lloviera…” En sus palabras dijo vivir emotivamente “en una nube”, dejó constancia del agradecimiento a los amigos poetas, fraternos todos, que quisieron con él emocionarse, arroparle y quererle, reajustar los latidos de unos corazones que iban desmandados de alegría. Un retrato a plumilla de Nicolás, realizado por el pintor y poeta Fernando Fiestas, la entrega de un detalle floral, un brindis emocionado y un larguísimo e intenso aplauso cerraron un acto en donde los presentes quisieron celebrar honrando su 80 cumpleaños. Ya cerca de la media noche, en la calle, las estrellas serían testigo de los abrazos últimos, necesarios, gozosamente apretados, siempre próximos a la expresividad corporal que allí hablaba: ¡Qué grande eres, poeta!