viernes, 9 de agosto de 2013

"El gran Mónico": un pequeño libro (que se agradece)


No es una biografía, no es un ensayo, no es una novela. En cada entrevista que concede, el autor no cesa en el empeño de intentar definir su libro a base de negaciones. Es una de las formas, lícitas, de perfilar un hecho editorial que está teniendo una buena acogida entre el público y en los medios. Hablo de Manuel Lozano Leyva, uno de los divulgadores científicos más acreditados de nuestro país. Su obra es reconocida y su nombre, bien relacionado con prensa y radio, convierte en actualidad cuanto toca. Este año ha concentrado su atención en la figura del ilustre inventor Mónico Sánchez Moreno -D. Mónico para sus paisanos piedrabueneros- al que intenta acercarse en las 169 páginas del libro que con el título de El gran Mónico ha editado Debate.

Mónico Sánchez como ejemplo

En un momento de crisis fiscal, financiera y empresarial como el que vivimos, el trabajo de Lozano Leyva ha encontrado su acomodo como manual bienintencionado de autoayuda para jóvenes aspirantes a científicos. Es un texto donde la figura del personaje sirve de excusa para avisar, a los que ahora llegan a la investigación, tanto de las posibilidades como de los riesgos de su futura actividad. Así se publicita. No está mal tramada la razón del asunto, porque en Mónico Sánchez, el ingeniero hecho a sí mismo, existe el hombre de ingenio que viajó a Nueva York para tutearse con la crema de aquellos que, a principios del siglo XX, levantaron en Norteamérica la burbuja de los avances en electricidad, tanto como  existe el empresario ingenuo atrapado entre el amor a la tierra y el error de creer que el aislamiento no disminuiría el valor de lo logrado. El clásico tema del coraje que nos hace fuertes y de la nostalgia que nos debilita. Con esos mimbres teje Manuel Lozano su moraleja. A la que añade, está en su estilo, cierta contextualización histórica y económica, consideraciones morales y políticas, constantes y gratuitas suposiciones, alabanzas familiares y algún que otro material de relleno. Tal vez por esto, porque el autor es consciente de todo lo anterior, es por lo que no se atreve a considerar su obra ni como biografía, ni como ensayo, ni como novela.

Planitud divulgadora

Es muy de agradecer que este pequeño libro llamado El gran Mónico haya puesto en el centro de la atención y del debate nacional la odisea del piedrabuenero. Diarios de prestigio como El Correo y El País preparan amplios reportajes sobre él. Estos tiempos españoles de hoy en día andan necesitados tanto de ejemplaridad como de  estímulos. Pero, como paisano que soy del personaje y conocedor con anterioridad de lo que Lozano Leyva maneja, noto que falta alguna que otra aportación novedosa; algo que indicase el interés del autor por el personaje más allá de servirle de objeto y pretexto, y que añadiera a la intención divulgadora un peldaño en el conocimiento de los hechos. El apasionamiento que constantemente proclama con la labor del inventor quedaría mejor demostrado.

El asunto es que Lozano Leyva ha construido, correctamente, la figura de Mónico Sánchez a través de Internet y de los datos que el profesor Juan Pablo Rozas ha tenido a bien publicar y/o facilitarle. Lo dice con toda sinceridad. Dice que no ha tenido tiempo ni decisión de investigar la figura y la obra de la persona sobre la que levanta su tinta. Efectivamente, todos los datos mostrados son conocidos e incluso las redes guardan muchísimos más. Muchos otros que, si hubiera tenido una pizca de intención escrutadora, pudieran haberle servido en tiempo y forma. Pero está en su derecho a plantear la obra en límites y modos, faltaría más. Lo único que quiero decir con esto que la figura y la obra del inventor de Piedrabuena, bien publicitada por el libro que comentamos, espera todavía el estudio, la valoración y la publicación que merecen. Algo que todos esperamos del profesor Juan Pablo Rozas, a quien Lozano remite, que le está dedicando tiempo, sabiduría y cariño.

Algo que sobra

Y si hay algo que falta también hay algo que sobra. Y no es sino el intento de Lozano Leyva de agrandar la figura de Mónico Sánchez menospreciando el lugar de donde procedía. Una fácil tentación en la que toscamente ha caído. Piedrabuena, lugar que seguramente el autor no conoce, es tildado de “pueblo de mala muerte” tanto para enmarcar el nacimiento de Mónico en 1880, como para remarcar su fallecimiento. Dice textualmente el final del libro: …podrían ser muchas más las lecciones que se podrían formular a la vista de los avatares del gran Mónico Sánchez Moreno y su magnífico Laboratorio Eléctrico. Dejo que las extraigan ustedes, pero piensen que tras la muerte del primero y la desaparición del segundo, lo único incontrovertible es que Piedrabuena volvió a ser un pueblo de mala muerte”. Palabras que, por inútiles y falsas, sobran. Y sobran por ser sin duda producto de la ignorancia, algo que cualquier buen divulgador debe evitar. No pontificar sobre lo que se desconoce parece el abc de la curiosidad intelectual. Y sobran porque, sin añadir nada, pueden hacer creer al lector medio que el resto del libro goza del mismo tono y credibilidad, y entonces aventuren que merece ser tachado con el mismo e injusto calificativo.

En fin, demos las gracias a El gran Mónico por existir, por su capacidad para ser tomado en cuenta por los medios, y por difundir su figura a niveles casi de coloquio. Pero hay que advertir que la labor de Mónico Sánchez hace años que está reconocida por científico avisados y salvada por el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología, el cual inauguró su sede de La Coruña con una muestra espléndida de sus tubos de vacío. Labor que vive también en la memoria de su pueblo, Piedrabuena, que rotula con su nombre una de sus calles (desde 1914), y titula con el mismo al Instituto de Secundaria, que levanta en una de sus plazas el bronce de su busto, que le tiene presente en sus actos y conferencias, que en 1995 le dedicó un homenaje recordatorio, y que ha conseguido que todos los terrenos del viejo Laboratorio hayan dado buen fruto, el de estar dedicados al servicio público: educativo, sanitario y cultural.

En este 2013, al cumplirse el centenario de la iniciación del edificio del Laboratorio, Piedrabuena lo recordará con una mesa redonda, un dossier al efecto y la colocación de una placa en los restos de murallas que aún subsisten. Tal vez sean actos modestos, pero manifiestan el respeto y la admiración que un buen pueblo, “de buena vida”, tiene por un buen hombre que tanto hizo por él.