viernes, 19 de julio de 2013

El Castillo de Miraflores respira


Tiene Piedrabuena dos castillos. Uno, el llamado de Mortara, levantado en piedra negra, en basalto, ha quedado aprisionado por el caserío. En su interior se levanta desde 1901 la Plaza de Toros. Desde que pasó a propiedad municipal en 1988 ha recibido numerosos cuidados, que, aunque bien intencionados, han borrado innumerables rastros de su originalidad al tiempo que han consolidado su fábrica. El otro castillo, el de Miraflores, situada a casi media legua del pueblo, es fortaleza sobre rocas, aguerrida y dorada. Vigilante del valle. Y siempre en diálogo con el abandono.

Las primeras noticias sobre él se remontan a finales del XII. A principios del XV ya se le tacha de castillo viejo y no habitado. No se conoce su origen ni el origen de su nombre, pues solamente a finales del XVI, y en el documento de Venta de la Villa a Alonso de Mesa, es donde aparece por vez primera tildado como Miraflores. La primera descripción de las 205 varas de su perímetro quebrado es la del alcarreño Francisco Layna, tras visitarlo a mediados de los años 30 del siglo pasado. El estudio más generoso y completo de él corresponde a Amador Ruibal, está publicado en la red, y a él aconsejo acudir. En sus alrededores se han encontrado restos de cerámica de los siglos  IX y X, pero sus lienzos de cuarcita y su tabiya (argamasa de arena, cal y canto) hablan de la dedicación almohade en el tránsito de los siglos XII y XIII. Luego, los calatravos, poco dados a enclaves guerreros y alejados, dejaron su huella en la portada, aunque parece que nunca lo habitaron con asiduidad. Pacificada la zona, los comendadores establecieron su residencia en el castillo de abajo, en el negro, el cercano al agua y a los huertos.
 
Abandono hasta el día

Posiblemente en el sigo XIV comenzase la ruina, ahora interrumpida, de Miraflores. Una devastación lenta y continuada. Ni en la época del señorío se le hizo caso y menos cuando a mediados del XIX pasó a manos privadas, en las que estuvo hasta hace escasamente una década. Cuentan que su último propietario realizó, a su modo e intramuros, excavaciones sin control, en las que no hallaron, cuentan, nada del valor material que esperaban, pero sí innumerables restos de cerámica y armas que guardaron en apilados sacos. Con su incorporación al patrimonio municipal, el espacio amurallado encontró su esperanza de alivio. El alcalde, José Luis Cabezas, inició las gestiones con éxito: logró que se destinase por parte del Ministerio de Fomento el importe de 100.000 euros a su restauración. Tal cantidad proviene del obligado 1% cultural anexo a las obras que se hicieron para el acondicionamiento de la N-420. El efectivo fue aceptado por la Junta de Comunidades obligándose a la aportación de otra cantidad similar. Todo esto se hizo público en 4 de noviembre de 2010. Aquella cercana-lejana gestión ha tenido su fruto este año. Ha sido Javier Morales, director general de Cultura, quien ha sabido añadir su sensibilidad y su decisión a la de aquel entonces. Así es como ha sido posible hacer real el primer cuidado en siglos que recibe Miraflores. Adjudicado el concurso al proyecto presentado por el arquitecto Javier Navarro, parece que a la baja, la obra se está realizando en estas jornadas de sol alto.
 
Las obras

En los primeros días de julio nos fue permitida la visita al interior de Miraflores en compañía de la máxima autoridad municipal y del poeta Nicolás del Hierro. Hemos podido comprobar cómo se ha ido a lo esencial del problema, a detectar y atender las debilidades más evidentes: descarnamiento de murallas, erosión de los materiales de agarre y aviso de derrumbes. También a la necesidad de protecciones para los visitantes. Gran parte del trabajo se encontraba realizado en el momento de nuestra visita. Y podemos decir que con el respeto adecuado a las señales de originalidad que subsisten. Sin inventos. Quiero destacar la reparación del muro que cierra hacia levante la Gran Cámara, y al cual la erosión había dejado suspenso en un débil punto de apoyo. También el recalzamiento de la base en los ángulos de la torre, cuyos vacíos en la mampostería tramaban con descaro el hundimiento. La reconstrucción de los arcos de las puertas, el relleno de lienzos de murallas, etc… Quedaba por hacer, según nos informaron, la consolidación de la bóveda del aljibe y sobre todo la del aparejo del rastrillo, en la entrada, donde se colocará puerta. También la reposición de los sillarejos basálticos exteriores que en algún momento fueron arrancados. Un dinero de Ministerio y Junta bien aprovechado.
 
Otras generaciones


Que en épocas de crisis existan hombres e instituciones capaces de colaborar con franqueza y honestidad para sacar adelante obras como esta, es algo que debemos alabar. Podemos señalar que el color rubio de Miraflores ha recibido, al fin, los cuidados que precisaba para, sencillamente, detener un deterioro que crecía a pasos de gigante ante la mirada indiferente de tantos. Y que podría hacerlo irreconocible en el futuro. Nuevas generaciones tendrán la posibilidad de disfrutarlo con la dignidad que merecen tanto el castillo como el pueblo que lo contempla. Sin sentirnos avergonzados por un estado de descuido que clamaba. Tenemos la obligación de conservar el patrimonio que nos ha sido dado, tanto como el deber moral de hacer posible que las próximas generaciones puedan sentirlo suyo. El Castillo de Miraflores respira. Y muchos con él.